La Quinta Luisita. Por Laure Nicotra

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La Quinta Luisita.

Intersección Av. Los Pinos
Frente a la Plaza Benito Juárez
Caracas.
Por Laure Nicotra
Llegué a la Quinta Luisita cuando comencé a estudiar en la Escuela de Sociología de la UCV, hacia el año 1979, antes y gracias a la caridad de Lisalbert y Soledad Hernández, tuve una residencia en los Jardines Del Valle.
Prácticamente desafiando a papá, me fui a Caracas.

La UCV estaba entre ceja y ceja.
Por intermedio de Leonardo Ruiz, mi amigo de la infancia, llegué donde su hermana Tania, en la Avenida los Pinos, de la Alta Florida de Caracas.
Tenía una habitación para mi sola y Esteban Andrés estaba chiquito. Después prácticamente me convertí en su Tía. Bueno fue mi primera experiencia de Mamá postiza que tuve de jovencita.
Tania salía y yo me quedaba a cargo de mi Esteban.
Rebelde y desafiante de chiquito.
Pero amoroso y a veces impaciente para esperar a su mamá.
Puedo recorrer cada rincón de esa casa bonita que me cobijó por algunos años.
Subía una escalera y rápido estaba en el piso de Tania.
Un apartamento bellamente ordenado con cuadros, y un arsenal de discos LP que estaba compilando para su tesis sobre el bolero.
La Quinta Luisita tiene mucha historia.
Fue la casa del General Ulpiano Varela.
Esa casa dividida en varios anexos, en una especie de vecindad como la del Chavo, tenía también un apartamento para Darsy Alvarado, otro para Aura Flores, y la casa principal ocupada por una heredera que no tenía papeles de la casa, de nombre Isabel.
Esa vecindad de la Luisita era el refugio de los amigos de Tania, de Darsy y de Aura.
Yo conocí a todos y me adoptaron rápidamente.
La más chama del grupo era yo.
Las fiestas (oficiales) incluían los cumpleaños de Esteban y las piñatas que Tania organizaba en la parte baja de la quinta.
A veces iba Doña Carmen, la de los ojos verdes hermosos.

Y Leonardo para acompañar a su sobrino.
Caramelos y cervezas acompañaban el regocijo.
Después ya yo metida en la política, que llevaba de mis tiempos del liceo y que con afinidad todos los que vivíamos allí coincidimos en la militancia en el MÁS, fue lo que me permitió acercarme a los dirigentes de mi partido, en una camaradería en la Quinta de las Palmas, donde quedaba su sede. Y donde trabajé junto al Gordo Juan Vicente Pérez en la administración.
Teodoro Petkoff iba con alguna frecuencia a la Luisita, y llegaba Natacha Márquez, con un vestido bellísimo y bailaba hasta mostrar lo guapa que era.
En una de esas fiestas de la Quinta Luisita, creo que celebrábamos un cumple de Tania, Teodoro era candidato Presidencial y estaba en campaña.
Alguien regaló una franela de Copei creo, y Teodoro se la puso, azuzado por nosotras.
El no bailaba, pero era un galán rompecorazones.
De modo que la postración de todas sus amigas y muchachas era enorme.
Viviendo con Tania en su apartamento, Darsy se va a Paris con Leopoldo Puchi, que era su segundo esposo, y me dejó su anexo para mi solita.
Entonces ya era independiente.
La vecindad de la Luisita era maravillosa.
Nuestros amigos de la UCV, de la facultad de Ciencias y de la FCU, llegaban allí como pedro por su casa.

Pedro Juan Mujica era el hermano que no tuve y aparecía para cuidar que todo marchara bien.
Recorría todos los anexos, traía libros de literatura y recomendaba siempre lechosa en todas sus presentaciones.
Después invitaba a un café en cualquier lugar de Caracas, con el viento fresco que venía del Ávila majestuoso.
Café y conversa. El mundo en nuestra meta y Venezuela, un emporio de cuánta cosa Dios creó.
Vuelvo a la Luisita.
Tania ya era periodista, Darsy también, Aura, Ingeniero Industrial y músico y yo estudiante de sociología.
Tania estaba organizando su trabajo y compilación sobre el “Bolero como Discurso amoroso” y yo iba de disquera en disquera con ella buscando los LP, único formato en acetato de la época. Algunos en 45 Rpm.
De modo que Tania recopiló unos 3000 boleros y construyó su ensayo estupendo. Hoy dia va por 10 mil.
Íbamos de rocola en rocola, siempre con el pretexto de escuchar los boleros.
Se sumó en breve a la Quinta Luisita Julia Andreina Pietrini, que era vecina de las Palmas y su casa quedaba cerca de la casa nacional del MÁS.
A la Nena Pietrini la conocí en el ascensor de la nueva sede de la Facultad de Ciencias Económicas y sociales, subiendo a clases de mi ESA. (Escuela de Sociología)
Con Andreina, hasta el sol de hoy.
La nena Pietrini se convirtió rápidamente en mi pana y mi cómplice.
Comenzamos el camino del Núcleo Pizza (las estudiantes de sociología con apellidos italianos) y después se sumó el tutti Ricardo Ríos, en un amor que perdura hasta este día.
Ese Nombre del Núcleo Pizza fue bautizado por Rico, mi querido Ricardo Ríos.
La nena Pietrini tenía carro, a veces le prestaban el Le Barón de Santiago Pietrini, ese auto se pudrió frente al edificio de los Pietrini.
Yo después, también tuve uno.
Compré un Wolswaguen viejito que me lo vendió Freddy Augusto Muñoz, en 3000 Bs de los 80’
Era el carro de todos.
Darsy lo manejaba siempre y el carro tenía un rollo con la chancleta que había que sincronizar para conducirlo.
Solo Darsy y yo sabíamos el truco.

La quinta Luisita tenía frente a la plaza Benito Juárez, a mi viejo Wolswaguen, que resultó un agravio para mis vecinos ricos, los Ruggieri. Justo al lado vivía la Miss Venezuela Paola Ruggieri. Estaba en la cúspide mundial de la belleza.
Al lado, otros caraqueños de alcurnia, que nos veían como los bohemios de la Alta Florida.
Hasta que un día nos sacaron por la revista “Bohemia” en un sapeo vecinal que quiso poner a la Quinta Luisita como casa de periodistas y bohemios.
Escándalo vecinal.
Pasando la calle Los pinos, como quien viene de la Cota Mil, en la Y de la placita, hacia el otro lado vivían Los Egaña y Arturo Uslar Pietri. Creo que Sofia Imber también.
Era una urbanización con mucho pedigrí.
Pero en la quinta Luisita no escuchábamos sólo boleros.
La salsa era parte de la planta baja, casa de Aura Flores, porque el músico Juan Carlos Nuñez iba a Nueva York y traía lo más reciente de la Fania All Star.
Desde allí, Marejada feliz y Roberto Roena me acompañan siempre.
Por supuesto el gran Willy Colón, Héctor Lavoe, Rubén Blades y los mejores de la salsa mundial, también Barbra Streisand y mujer enamorada.
Fuimos al Poliedro con una pata de amigos de la UCV a ver a Cheo Feliciano, estuvo allí Tite Curé Alonso, en una maravilla de concierto que aún me emociona. Hay que ver cuánto vivimos bonito en los 80’ .
A la Quinta Luisita iban todos los amigos, Cristina González, Edgar Mariña, Leonardo Aranguibel, Iván Contreras, el Pájaro, el Checo, Gregory Colomine, Ignacio Carreño Cheché, Victor Peña, Hugo Casanova, los panas de medicina, Carlos Araica, Carlos Capriles, José Castejón, Henry Giorgé, Alejandro Amaro, El Trosko Humberto González, Ricardo Ríos,
Julio Casas, Gonzalo González (Gonzalito), que era buen amigo y vecino de Andreina en la misma calle de las Palmas.
Una vez hicimos un ágape a propósito de una convención de Presidentes de FCU de todo el país, terminaron en la Quinta Luisita unos 30 invitados. Yo era miembro de la FCU y Julio Casas Presidente.
Juancho, mi amigo poeta y loco, siempre estaba entre todos.
Mientras tomábamos cervezas, oíamos música y hablábamos de la próxima manifestación por presupuesto justo para las universidades, se dedicó a rayar todas las paredes del apartamento mío con poemas y escritos.

Después todos, en una locura grafittera, escribieron lo que quisieron sobre cada pared de mi casa.
A pocos días mi papá fue a visitarme en mi nuevo anexo, que era otro apartamento, ya con cocina eléctrica que me regaló mi amiga Claudia Urdaneta y unas ollas que Benjamín Martin me trajo de su casa, junto a Belkis Colina, a quienes les di mi anexo chiquito de la quinta y que fue su nido de amor.
Pues fui a buscar a papá en Parque Central en mi Wolswaguen y mi padre venía asustado frenando todo el camino hasta la casa.
Llegamos a la quinta Luisita y mi papá me dijo que por qué estaban rayadas las paredes
Yo le tuve que mentir, le dije que había alquilado así el apartamento y que debía pintarlo. Claro, una estudiante no tenía como comprar pintura.
Mi papá me dijo, vamos a pintarlo. Pues le dimos otra cara y como no tenía muebles, había una alfombra y unos cojines que eran el sofá al piso de los invitados. Allí llegaba mi mamá junto a su inseparable Adrianita por vacaciones. También Alfina, mi hermana y Chelita que vivió conmigo 1 año; hasta convertirse en La Flor de Matasiete.
Unos adornos antropológicos que me regalaron y otros que compré en la Tienda de Yaneth de Sardi.
Eso ya estaba tomando forma de casa de estudiante.
Yo tenía una beca de la UCV de 800 Bs porque venía del interior y mis papás me enviaban unos 200. De modo que nada me faltaba.
Pero no tenía tanta ropa y eso no era problema.
Andreina era muy bien vestida y cuando íbamos a algún evento, ella me mostraba su closet, bajo la complacencia de Lourdes Catoni, su adorada madre.
O me llevaba mi hermana Alfina parte de su vestuario, que era siempre distinto a mi gusto, pero me lo ponía.
Los amigos de Tania que hice míos, El Cojo Lira, Franklin Guzmán, Bayardo Sardi, el Gordo Pérez, Rafael Orihuela, Manuel Vizcuña, el gordo Rodríguez Rausseo, Winston Jiménez, Aquiles Gutiérrez, Pável Rondón, Andrés Mujica, Yaneth de Bayardo, Natacha Márquez (pana de Darsy) Yanitza, la querida Negra Haidé, y Carmen Marchena, que la llevé yo a la quinta Luisita y me acompañó un tiempo largo, después que Chelita mi hermana trabajó en Caracas y con su primer sueldo me compró un comedor decente. Ellos, entre otros tantos, dejaron una huella magnífica en mi vida.
Cuando nació mi hijo Marco Elías, Franklin, Tania y Andreina me ayudaban con el corral, el coche y a cargar al bebé en viajes a Morrocoy.

Pues Tania es mi comadre, Andreina es mi comadre, Carmen Marchena es mi comadre, Bayardo Sardi, Franklin Guzmán y Aquiles Gutiérrez, mis compadres.
Ellos (alguno más ateo que otro) bautizaron a Marco Elías cuando cumplió un año en una Iglesia de ensueño que escogió su madri madri Andreina.
Ese día todos allí en la iglesia con la ceremonia. Vestidos bonitos y elegantes, también estaba mi amigo Tamanaco De la Torre, esposo de Carmen y sus pequeños hijos.
El cura nos retrató en el sermón.
Casi nos echan. Y nos levantamos después del acto sagrado del bautismo de Marco Elías.
Recuerdo a Bayardo con el bebé en brazos y por señas nos entendimos para salir después del protocolo.
Impíos nosotros.
Después pensé que Marco no tendría acta bautismal.
Pero por fortuna nuestra Iglesia es organizada y hace 5 años le encargué a Berenice Espejo que me buscara el acta y estaba allí, en la iglesia de San Rafael de la Florida, del Día 30 de julio de 1989.
El año que cayó el muro de Berlín. Marco mi hijito cumplía un añito.
La fiesta la hicimos casa de Sobeida Hernández, en San Bernardino, por intermedio de Maura Barrios, la Negra Hipólita de Marco Elías.
Mesas bellísimas y muchos invitados. Recuerdo que nos acompañó también Germán Lairet.
Allí estábamos todos. Los compadres, los amigos míos y de José Hernández.
Bello cumple bautizo.
Inolvidable.

Ya en ese momento vivía en la Candelaria, después de ser prácticamente desalojados de la quinta cuando los Ruggieri le compraron la casa a Hacienda nacional y nos quitaron la luz y el agua.
Tuvimos que salir cada una por su lado, después de una pelea legal que perdimos.
Me fui por unos meses con Aura Flores a un apartamento, no me dio tiempo de recoger mis archivos y un sofá que me habían regalado de segunda mano, antiguo como la quinta Luisita, un sofá donde seguramente se había sentado el General Ulpiano.
Un día Aura Flores, viviendo en la quinta me dice que sintió una presencia extraña. Extrasensorial.
Entonces comenzamos a indagar sobre la casa. Ya desocupada su parte principal, nos fuimos a los sótanos. Tania, Carlos Casanova y yo con un crucifijo que sugirió Carlos para entrar a lo profundo. Todos asustados.
Encontramos fotos de rituales espiritistas y muñecos que Tania guardó. Algunos antiguos y algo tenebrosos.
Encontramos y nos repartimos algunos diplomas enmarcados de Medina Angarita.
El mío se lo doné a Ruiz Guevara.
Hicimos una especie de exorcismo.
Después nos contaron que en la cocina de Aura, que luego fue la de Darsy, había muerto una mujer y que probablemente desandaba.
Parte de este recuerdo de mis maravillosos momentos en Caracas con mis amigos de una vida y de mi corazón.
Parte de millones de recuerdos que forman una leyenda de misterios y que impactaron la etapa iniciática de mi vida estudiantil en la UCV, política, musical, con la salsa y los boleros, con los líderes de una generación a quienes admiro y respeto.
Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez, Freddy Muñoz, Luis Bayardo Sardi,, Franklin Guzmán, Rafael Orihuela, Antonio José Urbina Caraquita, Alfredo Padilla, Jesús Urbieta, Argelia Laya, Luis Manuel Sculpi Héctor José. Víctor Hugo D’Paola, son entre otros, quienes me ayudaron a fraguar mi vida política.
La quinta Luisita fue el lugar, de los misterios y la fascinación de unos años de mucha vida, de vibrante trajinar juvenil, de muchas alegrías.
Estaba soñando, soñando despierta, como la magnífica letra de la canción de Héctor Lavoe y que canté junto a mis amigos ucevistas con las manos de trompeta.
3 de octubre de 2021.

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